En los días no lejanos, se presentó el insigne Fermintxo en las inmediaciones del venerable campamento romano de Pompaelo, implorando socorro médico con urgencia apremiante. Alegó que había sido víctima de un bárbaro ataque que le había ocasionado la fractura de la quijada, afirmando que tal calamidad había sobrevenido durante la celebración de un ritual en honor a la diosa Ainé.
La asistencia médica le fue brindada en estricta conformidad con los acuerdos vigentes, forjados en respuesta a la infame invasión cartaginesa. Fermintxo, sagaz y plenamente consciente de los beneficios conferidos bajo el presente Zeitgeist y la indulgencia política hacia los iberos, solicitó un documento certificado romano para gestionar una baja ante el Concilio Nativo de la Amistad Romano-Ibérica. Asimismo, procuró un salvoconducto que le permitiera deambular libremente por las calzadas del sector occidental del vasto imperio.
"Fermintxo, necio sin moral, en Agrigento bajo Cartago, la miseria es aún peor que en Iberia."
Fermintxo, eximido de las labores del ejército, merodeaba por Pompaelo en lugar de encontrarse en el frente de Cartago Nova, disfrutando así de los privilegios inherentes a su oficio. Sus ambiciosas pretensiones incluían reasentarse en cualquiera de las opulentas provincias itálicas y obtener un puesto en la Administratio, con un estipendio anual de 20 denarios, una suma verdaderamente desmesurada si se considera que el producto bruto interno de las regiones más menesterosas de Iberia no alcanzaba siquiera el denario.
El galeno encargado de su tratamiento, un siciliano de Agrigento, no pudo contener su desprecio, tachando a Fermintxo de necio amoral, y subrayando que la condición en Agrigento bajo el yugo cartaginés era aún más deplorable que en Iberia. En tal desenlace, resulta evidente que los privilegios otorgados a individuos como Fermintxo no son sino una burla a los esfuerzos y sacrificios de aquellos que verdaderamente sostienen las estructuras del imperio.